El poder de la tentación personal

Ya hemos tratado en parte con el poder de la tentación para afectar al individuo; ahora añadiremos dos puntos más: Primero, ¿Por qué es tan fuerte la “hora de la tentación”? Hay dos poderes que obran cuando somos tentados unos es el poder de la tentación desde fuera de nosotros, y el otro es el deseo pecaminoso del corazón. En “la hora de “la tentación” estos dos poderes se junta y toman poder uno de otro. A causa de la tentación, nuestro deseo pecaminoso crece más fuerte; y puesto que nuestro deseo pecaminoso ha crecido más fuerte, el poder de la tentación sobre nosotros crece aún más fuerte. Hay algunas personas (incluso algunos creyentes) quienes en un tiempo nunca hubieran pensado en caer en ciertas prácticas pecaminosas. Ahora están cometiéndolas con muy poca vergüenza y remordimiento. ¿Cómo es que llegó a suceder esto? Podemos ilustrar este proceso con un ejemplo que ha llegado a ser demasiado común: el rompimiento de un matrimonio cristiano a causa del adulterio. Cuando estas personas se casaron, tenían la sincera intención de permanecer fieles. No obstante, por todas partes vemos el adulterio, aún en los que dicen ser creyentes. ¿Cómo sucede esto? La respuesta se encuentra en este principio: el poder de la tentación da fuerzas al deseo pecaminoso para el adulterio. Como el deseo pecaminoso es fortalecido, así el poder de la tentación crece hasta que el poder combinado de los dos persuade a cometer el” pecado del adulterio. Este no es un evento que ocurra repentinamente. Hubo un proceso que tuvo lugar, un proceso que probablemente tardó muchos años antes de que el pecado mismo fuese cometido. Generalmente este proceso sucede más o menos en la forma siguiente: Después de algunos años de vida matrimonial, uno de la pareja experimenta la tentación de ser infiel. Esta tentación encuentra una respuesta debido a que despierta el deseo pecaminoso que ya estaba en el corazón. La primera tentación encuentra una reacción, pero el alma la resiste en parte; quizás se sienta ultrajada al contemplar tal posibilidad. No obstante, aunque la tentación haya sido resistida, ya ha entrado en el alma y ha empezado su obra de fortalecer el deseo pecaminoso para tal pecado. La tentación en varias maneras distintas alimenta ese deseo. Así el deseo crece y como resultado, la tentación misma crece en fuerza. Después de un tiempo, el deseo pecaminoso ha crecido tanto que sólo necesita tener una oportunidad favorable y el pecado será cometido. Hay una sola manera satisfactoria de resistir la tentación, y esta es tratando directamente con los deseos pecaminosos que la tentación trata de fortalecer. Tan pronto como seamos conscientes del deseo pecaminoso, no importa si sea la ambición, el orgullo, la mundanalidad, la impureza o lo que sea; debemos esforzarnos para mortificar (matar) este deseo. La alternativa es esta: Debo matar el deseo pecaminoso o terminará matándome a mí. Segundo: También debemos considerar que la tentación afecta la totalidad del alma y no sólo el deseo pecaminoso que es despertado. Podemos ilustrar este punto regresando al ejemplo anterior. Cuando la primera tentación para ser infiel viene al creyente, su razón le dirá que esta tentación debe ser resistida. Sin embargo, cuando la tentación ha hecho su entrada en el alma, empezará a obrar sobre sus razonamientos. La razón debería ser gobernada por la conciencia y oponerse a la tentación. No obstante, llega a ser gobernada por el deseo y comienza a favorecer a la tentación. Mientras que el deseo pecaminoso se fortalezca, en una manera u otra, finalmente arrastrará toda el alma. Otra vez notemos que un proceso está sucediendo. Al principio, la razón dirigida por la voz de la conciencia, se opone a la tentación. Una vez que la tentación haya entrado al alma, encontramos que la razón empieza a obrar progresivamente en favor de la tentación. Muy pronto, la razón que anteriormente no podía ni contemplar tal pecado, lenta pero ciertamente comenzará a contemplar el placer que este pecado pudiera traerle. Paso a paso, la razón es usada para acabar con el temor y la aversión del pecado. Por fin, la razón animará y justificará el mismo pecado que antes ni siquiera podía contemplar. Es espantoso considerar el poder de la tentación para pervertir el uso de la razón para sus propios fines pecaminosos. Aprendan de su propia experiencia y de la de otros. ¿Qué le ha enseñado su experiencia con la tentación en el pasado? ¿No le enseña que la tentación ha contaminado su conciencia, que ha echado a perder su paz, que ha debilitado su obediencia y le ha escondido el rostro de Dios? Quizás la- tentación ha fallado en persuadirle a ceder ante algún deseo pecaminoso, pero aun así, ¿no ha dejado su sucia huella sobre su alma provocando mucho conflicto? Todos admitimos que es raro que salgamos de una tentación sin ninguna pérdida espiritual. Si así es su experiencia, ¿cómo puede volver a permitir que sea atrapado nuevamente por la tentación? Si usted está pasando por un tiempo libre de tentaciones, tome mucho cuidado de no entrar otra vez en ella o quizás algo peor le sucederá. La meta de Satanás al tentar a los hombres siempre es la misma. En cada tentación su meta final es la de deshonrar a Dios y también arruinar su alma. ¿Se atreverá a tratar a la ligera o a jugar con la tentación, cuando usted conoce cuál es el propósito de ella? ¿Realmente cree lo que la tentación intenta hacer tanto a Dios como a usted? Entonces, la gratitud hacia Dios exige que usted use los medios que Él ha designado para frustrar las metas de Satanás en la tentación. ¿Es necesario tanto esfuerzo? Hemos dado muchas razones del porqué los creyentes deberían esforzarse para evitar la tentación. Debería estar claro que todo esto es nuestro deber cristiano. No obstante, algunas personas todavía levantarán objeciones las cuales pudieran debilitar nuestra determinación para resistir. 1. Primera objeción: Se nos manda a “tener por sumo gozo cuando caigamos en diversas tentaciones” (Stg. 1:2). Entonces ¿Por qué deberíamos hacer un esfuerzo para evitar la tentación? Hay dos respuestas a esta pregunta. a. Santiago no está sugiriendo que nos gocemos de las tentaciones mismas en las cuales llegamos a caer. Tampoco está sugiriendo que haya algo malo en esforzarnos para evitar la tentación. Lo que está diciendo es lo siguiente: Hay ocasiones en la providencia de Dios cuando tenemos que enfrentarnos con la tentación. En estas ocasiones, debemos regocijarnos, no en la tentación misma, sino en el propósito de Dios en permitir la tentación (vea Stg. 1:3-4). b. Como ya hemos anotado en esta serie, la Biblia usa la palabra tentación en dos sentidos. Santiago mismo usa la palabra en dos sentidos diferentes (vea Stg.l:2 y 1:13, la Versión 1960 traduce la palabra como “pruebas” en el versículo dos y como “tentado” en el versículo trece. La Versión Antigua traduce la palabra simplemente como “tentados” y “tentaciones”). En el primer sentido, es Dios quien está usando la tentación como una prueba con un propósito bueno. En el segundo sentido, la palabra trae la idea de “tratar de persuadir hacia el pecado”, y es solamente el diablo quien tienta en esta manera. Nadie puede regocijarse de ser tentado a pecar por el diablo porque le meta de tal tentación siempre será mala. Dios encamina las pruebas para nuestro bien. No obstante, esto puede dar lugar al diablo para tentarnos a pecar. Debemos regocijarnos en la prueba y al mismo tiempo, buscar cómo evitar cualquier tentación a pecar que pudiera surgir de la prueba. 2. Segunda objeción: Jesucristo mismo fue tentado; entonces ¿cómo puede ser malo para nosotros tener una experiencia semejante? Además, Heb.2:1?-18 indica que esta experiencia fue ventajosa porque le ayudó a ser un sacerdote misericordioso. Es cierto que Jesucristo fue tentado, pero es igualmente cierto que no se colocó voluntariamente en el camino de la tentación. Cristo dijo que hacer tal cosa era “tentar al Señor tu Dios” (Mat.4:7). Cristo sufrió la tentación pero no conoció el pecado: Nunca pecó. Cuando el príncipe de este mundo se acercó s. Cristo, “no encontró nada en El”. Es muy diferente el caso de cada uno de nosotros. El diablo sí tiene algo en nosotros: Un aliado en nuestros deseos pecaminosos. Nosotros nunca salimos de la tentación como Cristo lo hizo, puro y sin contaminación. Nos es imposible escapar completamente de la tentación, pero debemos hacer todo lo que podamos para no ser atrapados ni contaminados por ella. 3. Tercera objeción:
Dios ha hecho promesas de que nos guardará en la tentación (vea 1 Cor.10:13, 2 Pe.2:9). Entonces, ¿Por qué deberíamos esforzarnos para no entrar en tentación? Dios nos ha dado promesas preciosas que son para animarnos en nuestra lucha en contra de la tentación. Apelar a ciertas promesas como un pretexto para no pelear contra la tentación es abusar de las promesas de Dios. Note que la promesa de 1 Cor.lO:13 viene después de un claro mandamiento: “El que piensa estar firme, mire que no caiga” (vea vs.12). a. Si somos obstinados o si descuidamos nuestro deber y así entramos en tentación, entonces la promesa no es para nosotros. La promesa es hecha a aquellos que entran en tentación a pesar de todos sus esfuerzos para evitarlo. Esta no es una promesa indiscriminada para aquellos que voluntariamente entran en tentación. En una de las tentaciones que el diablo dirigió al Señor Jesucristo, trató de atraparlo torciendo las Escrituras y omitiendo la frase “en todos tus caminos” (vea Sa1.91:11 comp. con Mat.4:6-7). Esta frase es importante. Jesús no fue engañado porque sabía que la promesa de liberación era para aquellos que andan en los caminos de Dios. También sabía que escuchar al diablo no era uno de los caminos de Dios. Si vamos voluntariamente en el camino de la tentación, estamos dejando los caminos de Dios. Las promesas de Dios son para aquellos que están en sus caminos y no para aquellos que los dejan. b. Un hijo de Dios sabe que la gracia de Dios es suficiente para guardarle de apartarse de Dios. Sabe que un hijo de Dios no puede perecer Jn.10:28). Este conocimiento no le anima para ser descuidado con respecto a la tentación. Un creyente temblará ante el deshonor a Dios, el escándalo al Evangelio y las tinieblas espirituales que llenarán su alma si fuera a caer en pecado. En contraste, cualquiera que evita la tentación simplemente motivada por los ganas de ser libre del infierno está en más peligro de ir al infierno de lo que se da cuenta. c. Entrar en tentación simplemente porque usted considera que no le condenará es igual a “perseverar en pecado para que la gracia crezca” (Rom.6: 1-2). Imagínese al dueño de un barco que acaba de comprar una carga de mercancías preciosas que le costaron mucho. Sería un tonto si voluntariamente permitiera que el barco se estrellara contra las rocas simplemente porque pensaba que él podría nadar a la orilla y ponerse a salvo. Como creyentes, tenemos bendiciones más grandes que cualquier costosa: mercancía. Tenemos consuelo, paz y gozo; podemos llevar gloria a Dios y honor al Evangelio. . Sería la locura más grande para nosotros arriesgar la pérdida de todo esto, simplemente porque creemos que nuestra alma al final será salvada. Cristianismo Historico

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